SU VIDA RELIGIOSA
![]() |
|
![]() |
La vocación sacerdotal que según algunos de sus
biógrafos había alimentado desde joven junto a su vocación por la medicina, se
había desarrollado de una manera serena, manteniéndose siempre como a la sombra
de su fervor profesional. No era José Gregorio hombre a quién se oyera con
frecuencia hacer comentarios religiosos, al extremo de que uno de sus amigos
cercanos, Pedro Cesar Dominici, se sorprendió mucho cuando en una ocasión,
conversando acerca del clero, éste le reveló que pertenecía a una orden
exclaustrada.
No obstante esa discreción con respecto a su vocación y su fé, su deseo de
entregarse totalmente a Dios fue siempre en aumento. En 1907, después de
haberse traído a todos sus familiares a Caracas, y de haber encaminado hermanos
y sobrinos en dicha capital, José Gregorio sintió que ya sus deberes familiares
estaban cumplidos. Y como ya se encontraba jubilado de su puesto de catedrático
universitario, y además había hecho valiosos aportes a la medicina venezolana y
mundial con sus trabajos científicos, consideró que también sus deberes para
con su país y con la ciencia habían sido cumplidos, por lo que le era posible
entonces llevar a vías de hecho su tan aplazada vocación religiosa.
El padre Juan Bautista Castro, su director espiritual
durante años, quien era a la sazón Arzobispo de Caracas y Primado de Venezuela,
después de mucho discutir con José Gregorio todo lo útil que aún podía ser a su
país y al mundo, aprobó finalmente la vocación de José Gregorio. Monseñor
Castro envió una carta de recomendación con fecha 6 de octubre de 1907 en la
que solicitaba al Prior de la orden de San Bruno en La Cartuja de Farneta
cercana al pueblito de Lucca, Italia, el ingreso de José Gregorio en dicho
claustro. José Gregorio por su parte envió también una carta al Prior.
El 16 de julio de 1908 llegó José Gregorio finalmente a la Cartuja de Farneta.
Los preliminares de su ingreso consistieron en un nuevo examen de su vocación
que habría de durar varios días. En estos días se instruía al aspirante a
novicio sobre los pormenores de su vida futura y de todos los detalles de la
orden en la que iba a ingresar, al mismo tiempo que se comprobaba si su
vocación era puramente religiosa o si simplemente se trataba de reacción
pasajera ante circunstancias adversas de la vida de este mundo.
Una vez probada su vocación, Fray Etienne le lavó los pies, ceremonia previa a
ser recibido en la celda por el Prior de la orden. Este lavatorio de pies
simboliza que el novicio debe dejar tras de sí al entrar en clausura 'el polvo
del siglo' y consagrar su vida a la oración y la devoción.
El período de postulado habría de durar un més. Durante ese més el futuro
novicio vistió un manto negro sobre sus ropas civiles al acompanar a los los
cartujos en todas sus actividades monacales. En esos días el maestro de
novicios, Fray Etienne, se encargaba de instruirlo en las labores que una vez
aceptado en al orden, habría de ser su actividad diaria.
Al cabo de este mes de postulado, probada una vez más la voluntad y la vocación
de José Gregorio, el Prior lo propuso ante los frailes de la comunidad para la
toma del hábito.
En la sala del capitulo de la cartuja, José Gregorio
arrodillado a los pies del Prior, y con las manos de este entre las suyas,
respondió a las preguntas que éste le formulaba en latín.
Unas ves concluido el interrogatorio los frailes debían votar con respecto a la
aceptación de José Gregorio como cartujo, mientras el futuro novicio se
retiraba a la capilla en espera del resultado. La votación se haría privada y
en secreto. Cada fraile debía colocar un grano negro o uno blanco en una urna
según fuera su opinión con respecto al ingreso del nuevo novicio en la orden.
Al contarse los granos se comprobó una mayoría de
granos blancos, y José Gregorio fue conducido nuevamente a la sala del
capítulo, donde hubo de escuchar una nueva alocución del Padre Prior. José
Gregorio, de rodillas repitió su solicitud de ingreso en la orden, a lo que el
Padre Prior respondió:
"En el nombre de Dios y de la Orden, en mi
nombre y el de mis Hermanos, yo os admito entre nosotros; y os prevengo de que
hasta vuestra profesión vos sois libre de retiraos, pero nosotros también, de
nuestra parte, podemos despediros si vuestra conducta nos desagrada"
Inmediatamente después le dio el "beso de paz", y seguidamente José
Gregorio fue a arrodillarse ante los pies de cada uno de sus nuevos hermanos en
la orden, quienes a su vez, solemnemente conmovidos, también lo besaron y lo
abrasaron.
A partir de ese momento ya José Gregorio nunca más podría vestir las ropas
seglares, sino que bajo el manto negro, habría de llevar ahora el cilicio de
piel de cabra que impone la orden y la túnica blanca de los novicios. Además su
cabello fue cortado al ras y le afeitaron el bigote que había conservado hasta
el momento. Su nombre pasa a ser entonces el de "Hermano Marcelo", y
se le adjudicó una celda en el convento que ostentaba en la puerta en una
tablilla la letra U y una sentencia en latín tomada de la Biblia "Vir obediens loquetur victoriam"
Era el 29 de agosto de 1908. Con el nombre de Fray Marcelo nacía José Gregorio
a una nueva vida de duras privaciones, pues las reglas de la orden obligan al
novicio a familiarizarse desde el principio con todos los rigores de la vida
cartujana.
Los días en la cartuja se dividían en 7 horas de
sueño, 15 de estudio y ejercicios espirituales, y 2 horas de trabajo físico.
Las celdas cartujanas están compuestas de dos compartimientos, uno destinado a
dormitorio y el otro destinado al estudio; cuentan también con un pequeño
patio, donde a solas realizan los trabajos que consisten fundamentalmente en
cortar leña con hacha. De éstos aposentos no pueden salir los monjes sino
cuando el Prior o el Maestro de Novicios se lo pide. La comunicación está
prohibida en todo momento pues hasta en los oficios religiosos deben permanecer
con la vista baja. Si precisan de algo, tienen que escribirlo en un papel y
colocarlo en el torno de la celda en el cual se les colocan los escasos
alimentos.
Como se ve es un régimen de total aislamiento no solo del contacto humano sino
de todos los posibles placeres del cuerpo como pueden ser el comer y el beber.
Las mortificaciones son constantes pues el cilicio molesta en su contacto
directo con la piel, y cuando hace frío, aunque las ropas son de lana, resulta
muy incomodo, pues no les es permitido encender fuego para calentares, ni
siquiera cuando la temperatura llega hasta varios grados bajo cero en la escala
centígrada.
Todo parecía indicar que Fray Marcelo tomaría
finalmente el hábito y seguiría sin tropiezos el camino que se había trazado;
sin embargo, el señor tenía deparado un destino diferente al fervoroso cartujo,
pues la salud de José Gregorio se vio quebrantada ante las duras reglas de la
orden. El padre superior D. Rene, considero prudente el que Fray Marcelo
volviera a ser el Dr., José Gregorio Hernández y que regresara por unos años a
Venezuela hasta que su salud se viera totalmente restablecida.
Por esa razón, y contra su voluntad, José Gregorio se vio precisado a dejar los
hábitos y a abandonar la Cartuja de Farneta nueve meses después de haber
ingresado en ella.